Por Patricia Gutiérrez

Una adolescente de 14 años comparte fotos íntimas con su pololo por Snapchat. Al terminar la relación, él envía las fotografías por WhatsApp a sus amigos. En pocos días se difunden por todo el colegio. Los profesores citan al apoderado de la niña y la derivan al sicólogo. Al pololo y sus amigos, les piden que borren las fotos del teléfono. Nadie acude a la PDI: el colegio sugiere que ella comenzó la difusión de pornografía infantil y podría enfrentar problemas legales (un gran error). Caso cerrado en un colegio de Providencia.

¿Está este caso realmente cerrado?

La protagonista de esta historia fue víctima de cyberbullying a través de todas sus redes sociales: Instagram, WhatsApp, Snapchat. Desconocidos le pedían fotografías, le enviaban desnudos e incluso le pedían encuentros sexuales. Habían creado una cuenta falsa en Badoo con su nombre, sus fotos y su teléfono.

¿Es este un caso de negligencia?

Negligencia se define por la Rae como “descuido, falta de cuidado”. Tras una conducta negligente, no se juzga la intención de la persona, sino que la “omisión de la conducta debida para prever y evitar el daño causado” (definicion.de). Con un poco de alfabetización digital, los profesores de esta historia sabrían que su manejo fue negligente. Pero no fueron los únicos.

Acorde a la columna de Carolina Melo (2018) en El Mercurio, el 77% de los niños chilenos tiene un Smartphone, en su mayoría desde los 10 años, y conectan 230 minutos semanales v/s los 146 de otros países de la OCDE. Acorde a “tren digital”, el 49% de los jóvenes ha visto o sabido que se filtran imágenes privadas, y el 62% que lo ve todo el curso. Ya lo había adelantado la revista Paula en 2013, en el reportaje “Una guía para padres y colegios”.

Los adolescentes realizan sexting a través de Snapchat. ¿Por qué esta red? Porque en ella las historias públicas desaparecen en 24 horas y las fotos enviadas directamente a un contacto duran diez segundos. Una falsa sensación de seguridad, ya que basta sacar un “pantallazo” para convertir ese mensaje efímero en inmortal.

En los colegios, las TICs se han incorporado tímidamente como una herramienta. No hay un ramo de educación digital, menos de privacidad y seguridad en la era 2.0. Y los manuales de convivencia se quedan cortos para manejar casos como el de esta historia.

Los padres regalan a sus hijos su primer Smartphone como un juguete, olvidando que este computador de bolsillo tiene acceso ilimitado al mundo, sin mediador…y pocas veces con reglas.

Un regalo para padres

En 2012, Janell Burley regaló a su hijo adolescente un Smartphone para navidad, con un peculiar contrato de uso: “iPhone Contract”. Para complementar este contrato, hay apps como OurPact, que permiten regular el tiempo de pantalla, el acceso a Internet y a las aplicaciones del teléfono.

Y tú, ¿seguirás siendo un negligente digital?